LA REVOLUCIÓN IRLANDESA

Irlanda, la Isla Esmeralda, es quizá más conocida en todo el mundo por la cordialidad de su gente, pero también es una nación con una historia larga y turbulenta. Siempre me ha enorgullecido decir que soy irlandesa y llamar a Irlanda mi hogar, y tras una exhaustiva investigación para La hermana perdida, he adquirido un nuevo respeto por aquellos que me precedieron y que convirtieron a Irlanda en lo que es en la actualidad.

Me he centrado en West Cork, un hermoso condado de la costa sudoeste de Irlanda, donde vivo. En pleno confinamiento, recurrí a amigos y vecinos para profundizar en la historia reciente de Irlanda. En el centro de todo se encontraba el fuerte deseo de independencia del Imperio británico, que había mantenido su dominio sobre las tierras irlandesas durante más de setecientos años, desde la invasión anglonormanda de Irlanda en 1169. En el siglo XX, el condado de West Cork contribuyó decisivamente en la lucha por la independencia, y la familia Murphy, ficticia, está inspirada en las familias que lucharon con tanta valentía y perdieron tanto en la revolución.

El Alzamiento de Pascua de 1916

Irlanda llevaba muchos años abogando por alguna clase de autogobierno, en especial desde justo antes de que se declarara la Primera Guerra Mundial. Cuando el Parlamento británico denegó esa petición, la Hermandad Republicana Irlandesa (IRB, según sus siglas en inglés) decidió tomar las riendas y planeó una insurrección.

El 24 de abril de 1916, los rebeldes tomaron por la fuerza la Oficina Central de Correos de Dublín y otros edificios estratégicos. Patrick Pearse, el líder rebelde, leyó su proclamación, en la que declaraba Irlanda república independiente.

Escenas de destrucción en Dublín.

Sin embargo, de inmediato el Gobierno británico aplastó la rebelión y declaró la ley marcial en Irlanda. La violencia resultante destruyó gran parte del centro de la ciudad de Dublín, murieron cuatrocientas cincuenta personas y hubo dos mil heridos, muchos de ellos civiles.

Michael Collins

Un joven Michael Collins, de Clonakilty, en West Cork, participó en el Alzamiento de Pascua preparando armas y adiestrando soldados, además de como asesor financiero de la IRB. Luchó junto a Patrick Pearse y fue arrestado y encarcelado cuando los británicos sofocaron el Alzamiento.

Tras su liberación, ascendió entre las filas del recién formado Dàil Éireann (Asamblea de Irlanda) y acabó convirtiéndose en ministro de Economía. Cuando, en enero de 1919, comenzó la guerra angloirlandesa, se convirtió en director de Inteligencia del Ejército Republicano Irlandés (IRA, en sus siglas en inglés) y contribuyó de manera decisiva a la organización de la guerra de guerrillas llevada a cabo contra las tropas británicas. Conocido como Mick y el Grandullón, la figura de Collins inspiraba un gran respeto y adoración (sobre todo en el caso de Hannah en La hermana perdida).

Sosteniendo el maletín de Michael Collins, un fragmento de historia.

Charlie Hurley

Descrito como el mejor amigo del ficticio Finn Casey en La hermana perdida, Charlie Hurley fue uno de los numerosos héroes de West Cork durante la guerra angloirlandesa. Se hizo voluntario activo del IRA y, como muchos otros, fue encarcelado en la isla de Bere en 1918, tras ser descubierto por los británicos en posesión de armas y planes para la insurrección. Solo lo liberaron tras varias huelgas de hambre.

El 19 de marzo de 1921, cuando se recuperaba de las heridas sufridas en una emboscada por parte de los británicos, su refugio se vio rodeado e intentó escapar para salvar la vida de la familia que le había dado cobijo. Lo mataron a tiros, y las mujeres del Cumann na mBan recuperaron su cuerpo a escondidas para proporcionarle un funeral en el cementerio de Clogagh.

Visitando la tumba de Charley Hurley.

El Tratado angloirlandés

Cuando por fin se decretó una tregua, en junio de 1921, Michael Collins viajó a Londres para negociar los términos de un acuerdo con el primer ministro británico, David Lloyd George. Como describo en La hermana perdida, el Tratado angloirlandés resultante provocó reacciones encontradas: había puesto fin a la guerra, pero renunciaba a una parte del norte de Irlanda en favor del Reino Unido, manteniendo el sur como «dominio» (en la práctica, seguía siendo parte de la Commonwealth británica). Este acuerdo no era lo que esperaban los voluntarios irlandeses que habían luchado y perdido la vida, y provocó una guerra civil entre los partidarios del Tratado y los opositores al mismo.

Esta fue quizá la parte más trágica de mi labor de documentación: descubrir cómo se dividieron las familias por el Tratado y el futuro de Irlanda.

Sean y Tom Hales
Los hermanos Hales, también hijos de West Cork, aparecen en La hermana perdida. Junto con el resto de sus numerosos hermanos, lucharon con valentía y tuvieron papeles destacados, hasta que en julio de 1920 Tom fue capturado, torturado y encarcelado.

Lo liberaron de la cárcel en diciembre de 1922, después de que se aceptara el Tratado, y regresó a un West Cork dividido. Republicano acérrimo, Tom no podía aceptar los términos del Tratado y se sintió traicionado por Michael Collins. Sean, por el otro lado, se puso de parte del gobierno partidario del Tratado, pues lo veía como un paso hacia su verdadero objetivo: una República de Irlanda unida. Y de este modo los hermanos fueron a la guerra el uno contra el otro. La guerra civil irlandesa duró desde junio de 1922 hasta mayo de 1923.

Llegados a este punto, Michael Collins había sido elegido comandante en jefe del Ejército Nacional por el bando partidario del Tratado, con lo que luchó junto a Sean Hales. Durante las hostilidades, fue asesinado en una emboscada el 22 de agosto de 1922, en el cruce de Béal na Bláth.

A día de hoy, sigue sin saberse a ciencia cierta quién efectuó el disparo que lo mató, aunque las pruebas apuntan a Sonny O’Neill (que aparece brevemente en La hermana perdida), un experto tirador que participó en la emboscada.

Las tragedias se acumulaban a medida que se prolongaba la guerra civil, y apenas unas semanas más tarde dispararon a Sean Hales en Dublín.

Irlanda se convierte en república en 1949
Después de 1922, como dominio de la Commonwealth británica, todos los ciudadanos irlandeses siguieron siendo súbditos británicos y el rey continuó como jefe de Estado, aunque para 1936 se habían eliminado casi todas las referencias al monarca de la ley constitucional irlandesa.

Finalmente, el Acta de la República de Irlanda de 1948 estipuló la supresión de las últimas funciones del rey en relación con Irlanda, y a partir de entonces el presidente de Irlanda ejercería dichas funciones en lugar del rey, convirtiendo el país en una república completamente independiente.

Historias reales que aparecen en el libro